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ATRAPADOS EN EL PARKING

Su ticket, gracias.

Llegaba tarde como de costumbre, pero no por gusto, sino porque… no adivino los atascos, los semáforos y las entradas en hora punta a Madrid.
Circulaba hacia un destino «aproximado», sí sí aproximado, porque había puesto una dirección aproximada en el GPS y eso era lo que me repetía una y otra vez el navegador -«llegará a su destino aproximadamente a las 12:05», aunque iba sumando minutos cada vez que pillaba un semáforo en rojo… Y ¡cómo no! los pillé todos.

Por fin y tras muchos recálculos y reiniciaciones, cambió el discurso el GPS y me dijo: «ha llegado a su destino». No era exactamente el lugar al que me dirigía pero sabía que estaba cerca, aunque en mi caso «cerca» podía traducirse en 10 metros como en 10 manzanas… porque la relatividad no sólo afecta al tiempo. Aún así, me arriesgué y me dirigí al primer Parking que vi.
Con la cantidad de minutos que había sumado con cada semáforo, era como si hubiera jugado al parchís y me hubieran comido todas las fichas, doblando el tiempo de la partida.

Ticket ParkingAquel parking era un laberinto. Recorrí la primera planta sin suerte. Baje a la segunda por una rampa estrecha y de doble dirección, rezando para que no subiera ningún coche en sentido contrario al mío. Tampoco hubo suerte.
Empezaba a angustiarme por la claustrofobia que me provocan los sitios cerrados sin vistas a la calle y por lo rápido que se movían las manecillas del reloj de pulsera que llevaba, aunque creo que se sincronizaba con mi ritmo cardíaco y mis pulsaciones, que debían estar «pasadas de vuelta».

Una señal me indicaba el camino a la tercera planta. Otra rampa, otro ave maría y sin una plaza libre a primera vista.
Con más intuición que conocimiento del terreno, decidí seguir la flecha blanca pintada en el suelo, despacito y sin perder de vista el reloj. Por el retrovisor vi a alguien que me seguía a pie con las llaves en la mano. Frené y esperé a que se pusiera a mi altura para preguntarle ¿vas o vienes?. La suerte se puso de mi parte, o casi. Me indicó dónde estaba su vehículo y hacia allí me dirigí sorteando las columnas y los giros e intentando no dejar la pintura del coche juntó a las demás muestras de la pared a modo de catálogo de colores.
Cuando llegué a la plaza en cuestión, el pánico se apoderó de mí. Empecé a hacer cálculos matemáticos visualizando de qué manera podía meter mi coche, de tamaño más bien mediano, en el lugar que ocupaba esa especie de triciclo con dos puertas, de apenas un metro cuadrado.
Pero no podía perder más tiempo. Empecé con las maniobras: volante a la derecha, volante a la izquierda. Un poquito hacia adelante y un poquito para atrás… Una, dos, tres, cuatro…. veinticinco y veintiséis. Uffff ¡¡¡que dólor de brazos y de pies!!!.

Saqué las llaves del contacto. Cogí mi bolso del asiento del copiloto y cuando abrí la puerta… sólo había un espacio de 15 centímetros para poder salir. Socorroooooooooooooooo. ¿Tendría que dejarme un hombro, una pierna o incluso un pecho, en el coche?. Pues aunque parezca increíble, lo que más me costó sacar fue… el bolso.

Estaba agotada de tanta maniobra, estresada con el reloj y me faltaba el aire. Corrí hacia la salida y comencé a subir las escaleras huyendo de ese ascensor con aspecto tenebroso que no me daba ninguna confianza ni garantía de llevarme a la superficie.
Cuando por fin vi la luz, respiré hondo y tragué todo el humo de un autobús de línea que en ese momento pasaba frente a mí. Grrrrrrrr.

Después de un par de vueltas, o tres… llegué al sitio en cuestión. Me esperaba un amigo, porque de no haberlo sido realmente, se hubiera ido sin más. Y eso es lo bueno de los amigos, que te esperan y además se ríen de ti cuando empiezas a contar por qué has llegado tarde.
Apenas quedaba tiempo para comer, así que tomamos una coca cola y nos pusieron una tortilla partida en daditos, en un platito minúsculo y con un aspecto dudoso, que por supuesto no fuimos capaces de probar.
Esta vez era él quien miraba el reloj. «Mi tren sale en una hora» dijo. Y sin haberme recuperado aún de mi aventura, me ofrecí a llevarle a la estación.
Estábamos a unos 15 minutos. Terminamos la consumición tranquilamente, pagamos, bueno pagó él, y nos dirigimos de vuelta al parking.

Pague antes de retirar su vehículo.

Un cartel avisaba: «Pague antes de retirar su vehículo en la segunda planta».  Pero ¿en coche o a pie?.
Bueno, teniendo en cuenta que mi coche estaba en la tercera planta, nos pillaba de camino.
Esta vez sí cogimos el ascensor. Mi amigo Ángel portaba una maleta, que aunque era de pequeñas dimensiones, complicaba la bajada por las escaleras.
El ascensor se detuvo en la segunda planta. Buscamos el cajero de pago automático y esperamos nuestro turno. Cuando llegó el momento, metí la mano en el bolsillo interno del bolso, donde suelo dejar el ticket del parking pero sólo conseguí sacar una tarjeta de visita de una librería. Volví a meter la mano y saqué un ticket de Mercadona. En un tercer intento saqué a la superficie un calendario de bolsillo con la foto de una virgen a la que estuve a punto de encomendarme. ¿Necesitaba también un GPS para encontrar algo en mi bolso?
Mi nerviosismo empezaba a hacerse patente cuando mi amigo me dijo: «tranquila, aún nos quedan 30 minutos, ¿lo habrás dejado en el coche?». Y pensé que quizás con las prisas y las maniobras lo dejé sobre el salpicadero.
Nos dirigimos al ascensor y bajamos una planta más. Y de pronto, en medio de una exposición de coches, no era capaz de reconocer el mío. No recordaba el número de plaza y ni siquiera el camino que recorrí hasta las escaleras.El bolso de una mujer
No atinaba a encontrar las llaves dentro del bolso. Mi única esperanza era pulsar el mando a distancia y que las luces me dieran una pista. Pero no era capaz de distinguir las llaves dentro de aquel oscuro y revuelto interior.
El tiempo se agotaba y opté por volcar el bolso sobre el capó del primer coche que encontré a mi paso…. Monedero, cartera, neceser, libreta, bolígrafos, lápiz de ojos, lápiz de labios, estuche de gafas de sol, gafas de ver, pinta labios, clínex, botella de agua, chupa chups, chicles, gomas para el pelo, auriculares, mini costurero, llaves de casa.. y lo último.. la llave del coche.
Rápidamente pulsé el botón del mando mientras lo dirigía en todas direcciones, como si de una espada láser se tratara, hasta que un parpadeo de luces naranjas iluminó un rincón de la planta. Corrí hacia el coche mientras Ángel rodaba la maleta lo más rápido que podía. Abrí la puerta y volví a introducirme por aquellos 15 centímetros, esta vez, con una destreza como si la puerta estuviera abierta de par en par. Encendí la luz interior y busqué por el salpicadero, la guantera, los bolsillos laterales, los traseros e incluso por debajo de los asientos. ¡No estaba el ticket!.
La única solución era buscar la cabina de control y pedir que comprobaran la hora de entrada, puesto que todo queda registrado informáticamente con la lectura de matrícula que hace una máquina cuando accedes al parking.
Mientras Ángel guardaba la maleta en el maletero, me dirigí a las escaleras, subiéndolas de dos en dos, hasta alcanzar la primera planta donde se encontraba la garita de control.
Intenté explicar al vigilante, a través de una pequeña ventanilla, mi pérdida y la urgencia por resolver el problema.
Colocó un cuestionario en la bandeja deslizante bajo el cristal y me pidió que lo rellenara. Comencé con los datos personales, nombre, DNI, dirección, teléfono, modelo del coche y matrícula.. Ayyyyy ¿la matrícula?, ¿mi matrícula?, ¡no me sé la matrícula!.

Procesando Ticket.

Miré el reloj, faltaban 20 minutos para la salida del tren y estábamos atrapados en el parking.
Corrí escaleras abajo con el impreso en la mano. Según me acercaba al coche, con señas le indicaba a mi amigo que se metiera dentro. Pero, o movía el coche, o se quedaba en tierra. El espacio era tan estrecho que ni siquiera era capaz de alcanzar el tirador de la puerta.
Maniobré hasta conseguir sacarlo y nos dirigimos hasta la cabina de control. Las rampas ya no me parecieron tan empinadas, ni tan estrechas ni tan oscuras. Clavé el coche frente a la garita y salí con el cuestionario. Lo volví a colocar en la bandeja para que el vigilante lo cogiera y después de revisarlo me pregunto : ¿y la matrícula?.
Tenía el coche delante y no fue capaz de apuntarla. Me devolvió el dichoso papel por la bandeja para que yo anotara los números en la casilla correspondiente y mientras lo hacía, casi le suplicaba que me diera el ticket de salida.
Abrió un cajón y sacó un montón de tickets atados con una goma elástica. Tomó uno y le puso un sello antes de volver a utilizar el cajón deslizante. Agarré el billete de salida y cuando me dirigía al coche me gritó: «Señoritaaaa.. tiene que pagar en el cajero de la segunda planta». Y no pude hacer otra cosa que soltar una carcajada ante la mirada atónita del vigilante y mí amigo que me esperaba en el coche.
Sólo podía reírme, cada vez más fuerte. Era incapaz de pisar el embrague o el acelerador. Perdí las fuerzas y hasta la noción del tiempo.
Opté por darle un trago a la botella de agua que llevaba en el bolso y de la risa, dejé el parabrisas delantero como si hubiéramos pasado por un túnel de lavado con las ventanillas abiertas.
Tenía que salir de allí antes de que perdiera el juicio.
Localizamos el cajero, introduje el ticket y me marcó el importe. Saqué un billete y después de darle tres vueltas conseguí que lo aceptara. Empezaron a caer monedas que rebotaban y salían en todas direcciones. Recogí las que pude y agarré aquel ticket como sí fuera un billete de lotería premiado.
¡»Por fin estamos fuera»!, dije. Ahora sólo tenemos que llegar a la estación.
Esta vez la suerte se puso de nuestra parte. Los semáforos se fueron abriendo en verde a nuestro paso y llegamos 5 minutos antes de que saliera el tren. ticket en el limpiaparabrisas
Vi cómo Ángel entraba en la estación y me tomé unos minutos para, ahora sí, relajarme. Salí del coche, estiré las piernas y me apoyé sobre el capó. Algo en el limpiaparabrisas me llamó la atención. ¿Publicidad?. No… ¡¡¡El ticket!!!

 

 

«Al que va de prisa se le hace grande un pequeño estorbo»

Séneca

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Comentarios en: "ATRAPADOS EN EL PARKING" (3)

  1. BRAAAVOOOOOOO!!!!!! jajajajaja No dejes de escribir ni de hacernos reís Ali… Aunque ya sabes que para que te sigan pasando cosas como esta hay que vivir al límite!! Aaaahhhhhhhh!!! Locuraaaaa!!!!! jajajajaja Genial…. 😉

  2. Reír reírrrrrr….. 😀

  3. «Me indicó dónde estaba su vehículo y hacia allí me dirigí sorteando las columnas y los giros e intentando no dejar la pintura del coche juntó a las demás muestras de la pared a modo de catálogo de colores.»
    Ese párrafo me ha hecho mucha gracia porque me he sentido muy identificada, tengo terror a los parking, y más con el coche negro de mi PADRE!! te puedes imaginar.. muy buena historia, me gusta mucho cómo escribes! 🙂
    CM de http://playlistonair.com/

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